A la mística y única ninfa urbana
Entre todas las musas,
dígase a la exageración de mujeres terrenales,
se podía distinguir ella
mágica y vivazmente,
pues me agarró por sorpresa en un bellísimo vuelo,
la mesa (vacía) de un bar.
Increíble llegaste, después de todo,
y hasta los más feroces y últimos sueños
me perturbabas...
A ver, bellísima ninfa, joven,
(menos que yo)
de apariencia aún más joven,
qué te lleva al peor estado de decadencia del bohemio?
Del artista, del poeta noctámbulo?
En tus aclamantes e incontenibles
labios de plata yace mi cordura,
aparecen una tras otra pero ella es real,
a diferencia de las otras salidas de cualquier harén
de mis nocturnos viajes por los rincones de la ciudad.
Este junio había sido un mes aturdecedor
y todavía no terminaba...
Te vi llorar,
lloras bellísimo.
Oh única mujer entre este efluvio de muchachas!
Dejate ser, siendo en mi y no conmigo,
pues quizás eres la única cuya belleza,
verdaderamente,
invita al mirlo borracho a fundirse con ella.
Esteban Porronett
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